lunes, 4 de octubre de 2010

¿Razón o corazón?

Cómo empezar a hablar cuando no se sabe qué decir; a veces el silencio también es una opinión.
Sentimientos e impresiones contradictorias, y una batalla continua entre cabeza y corazón.

Por un lado todo indica que no hay vuelta atrás, y lo odias por ello... Pero esos recuerdos te inundan con aguas de esperanzas que tardarán mucho en secar. Cómo saber si de todas las segundas oportunidades que hay en la vida, esta vez se sortea un vale para esta situación. Y lo peor de todo, no saber si es lo mejor o si podría ser lo peor...
Qué hacer cuando en público las miradas se cruzan pero, esta vez, de una manera incómoda. Tú eres la que estás marcando los límites cuando te permites o puedes marcarlos. Pero, sin embargo, no puedes evitar coger el teléfono y abrir “mensaje nuevo” incontables veces. Los momentos de debilidad pueden contigo y esto te acaba llevando a un círculo vicioso.
Sin embargo, cuando estais a solas ni siquiera sabes cómo mirarle a los ojos por miedo a no encontrar respuesta. Y cuando lo consigues, no eres capaz de mantener la mirada a penas un segundo. Sientes ese nerviosismo que sentías los primeros días que estabais a solas, de no saber cómo actuar, midiendo palabras y gestos, apoyando tu mano en su pierna el tiempo suficiente para que quede en un acto cariñoso y no se confundan actitudes. Todo va ameno y cordial hasta el momento de la despedida.
Estás a punto de irte y no eres capaz de gritarle a las mariposas que dejen de revolotear en tu estómago, es imposible saber qué va a suceder en los siguientes instantes. Tú quieres irte. ¿Seguro? No… eso quieres pensar, tu cabeza te dice “debo irme”, pero a cada paso que das alejándote más te cuesta levantar el pie para dar el siguiente, como si algo no te dejara irte. Esos lazos que se crearon, ahora débiles, vuelven a despertarse cuando están cerca y no quieren soltarse cuando se van a separar. Son fuertes, empiezan por un abrazo y no sabes en dónde van a acabar.
Hay gestos que te dicen que no, pero otros te dicen que no te vayas. Tú también tienes las ideas claras, pero cuando te juntas en ese abrazo que empieza a ser simplemente amistoso, te das cuenta de que tu interior se sigue rompiendo poco a poco. Los pedacitos caen en forma de lágrima y retumban en tu corazón, y al parecer, también es inevitable que le salpiquen a él.
Sabes que deberías irte con tus pedacitos a casa pero, pesan mucho y afortunadamente o desgraciadamente, él es la única persona que alivia su peso. Los alivia con paciencia y simples palabras, acompañándote en tu silencio, con unos abrazos fuertes y reparadores, apretándote un poquito para intentar ayudar a que salga toda la pena. Caricias amigables, sonrisas forzadas y con unas cuantas cosquillas, no tan forzadas... Te hace desear que todo vuelva a ser como antes, porque en dos minutos ha hecho que pases de llorar a reír, en vez de al revés.
No entiendes porque se comporta con tanta naturalidad y cariño si no le importas. ¿Por qué no le importas, verdad? Sí le importas, otra cosa es que lo demuestre como tú, o incluso él, quisiera.
Te hace reír, y sonreír. Sonreír como casi nadie ya lo consigue. Sabes que es capaz de eso y mucho más. Y lo odias por ello… Es capaz de tranquilizarte en ocasiones que ni tu misma puedes; ya puedes estar histérica, llorando, caminado sin sentido y con los puños llenos de rabia que, solamente con oír su voz, aunque sea en una llamada inesperada en el momento menos indicado, con unas distantes palabras, todo se va. Parece que cuando cuelgas, el teléfono aspira toda la impotencia.
Ahora estás relajada, todo lo relajada que se puede estar después de pasarte una hora llorando sin sentido, recordando momentos vividos que nunca pensaste que ocurrirían y que quizás no se vuelvan a repetir.

Dicen que el tiempo pone todo en su lugar. Me gustaría que, si ese tiempo no pudiese ser conmigo, otra persona le diera todo lo que necesite, todo lo que yo no pude ofrecer. Y, aunque pensemos que somos egoístas por querer que se hiciera realidad ese día en el que pensaste que duraría para siempre; que dormir juntos te llevaría a compartir cama, que compartir cama te llevaría a compartir casa, vida, momentos que ojala nunca hubieran muerto… Sabes que en el fondo, tu corazoncito te dice que lo dejes marchar.
Nadie tiene la culpa de que los sentimientos, así como las personas, evolucionen. Si te quedaste atrás, nadie tiene la culpa. Sólo tú puedes salir del estanque, haciendo que por fin, el patito feo, se convierta en un bonito y feliz cisne.

Quien no arriesga no gana. Y para saber valorar ganar, también hay que saber perder. Es inevitable.

No hay comentarios: